jueves, 10 de junio de 2010

Esperanzas


Espero llegar a fin de mes con algo más que unos cuantos soles extra en la cuenta. Espero poder terminar una tesis jabonosa que se me cae constantemente de las manos. Espero poder mirar al menos quince minutos de alguno de los partidos del Mundial y gritar un gol como si gritara todos. Espero sorprenderme, en estas últimas semanas de junio, corrigiendo exámenes como si corrigiera vidas y malos hábitos discursivos de alumnos sin ganas de aprender. Quiero, más bien, que sea julio y salir de vacaciones un día después de la final del Mundial y conversar con todos de lo bien que estuvieron los partidos que no vi y de lo mal que me siento por haber trabajado en silencio sin decirle a alguno de mis miles de jefes lo mucho que desearía no estar aquí. Aunque sea por ahora, hasta que todo vuelva a la normalidad, hasta que acabe el Mundial y yo vuelva a tener 16 añitos y siga parado en esa esquina llorando por una niña que jamás me dejó olvidarla. Pero todo será distinto cuando al fin sea julio y el sol se detenga en un pueblito olvidado y por fin se acabe el Mundial. 

martes, 8 de junio de 2010

Valentía muda

Debería estar haciendo mil cosas, pero no se puede andar con las palabras atravesadas en la garganta, a manera de unas espinas que se te quedan cuando devoras algún desdichado pez. Siempre pensé que la mejor manera de ser consecuente conmigo y con mi profesión de literato era decir lo que quemaba dentro de mí. Hoy tengo tantas ganas de gritarle un par de verdades a algunos y decido callar. Me miro y me avergüenzo un poco de mí mismo, de estos actos de aparente cobardía que implican, más bien, mucha valentía. Callar pudiendo hablar: la desgracia eterna de Rimbaud. Muchas personas creerán que divago y hay tantas ganas de realmente divagar y viajar por los planetas, como el principito, y preguntar y preguntar y responder preguntando a las importunas curiosidades de los demás. Tengo tantas ganas de olvidarme un poco del mundo y dedicar mi tiempo al cuidado de una rosa y defenderla a precio de sangre de los baobabs y de los ingenuos que tienen tantas ganas de hacerme hablar cuando he decidido valientemente callar. 

lunes, 9 de marzo de 2009

Alguien quiere casarse

Yo siempre quise casarme. Aún hoy tengo una especie de pavor a quedarme totalmente solo en este mundo ingrato. No sé por qué me preocupa tanto esta posibilidad debido a que soy más bien un tipo introvertido que disfruta mucho leyendo, que supuestamente no se lleva del todo mal con la soledad. Sin embargo, tiemblo ante la posibilidad de que no exista alguien a mi lado cuando me despierte todas las mañanas. Alguien a quién poderle contar lo que siento, lo que pienso o hasta poder aburrirla comentándole alguno de los argumentos que he descubierto en las novelas.
Pero debo reconocer que la vez que pensé estar más cerca de haber hallado a la persona indicada, otra vez mi maldita estrella se encargó de traerme abajo el sueño dorado. Tratábase de una niña preciosa. Pequeña ella, de una sonrisa poderosa, un lindo rostro y un cuerpo que me traía loco desde los 13 años. Lo curioso es que no le dije lo mucho que me gustaba hasta que cumplí 15 años, y lo hice sí y solo sí porque había descubierto, vía una fuente confiabilísima, que ella también se venía muriendo por mí. A los 15 años estuve con la chica con la que mis amigos hubieran matado. ¿Por qué le gustaba yo? Nunca lo supe. Éramos todo lo contrario, no teníamos casi nada en común, y yo detestaba muchas cosas de ella. Pero me fascinaba con un beso, con una de esas caritas tiernas, con ese cuerpo que apenas empezaba a moldearse y que ya arrancaba las miradas de hombres maduros. Tudo fue felicidad durante 8 largísimos meses. Hasta que una noche mi mejor amigo y la mujer con la que pensé pasar el resto de mi vida se confundieron en un beso vil. Pero esa es ya otra historia, la de mi mejor amigo que dejó de serlo esa vez, y que volvió a serlo vía el mentado ojo por ojo. Baste decir, para acabar este posteo que ya se me comienza a ir de las manos, que siempre quise casarme, y este texto es mi pequeño homenaje a esa pequeña mujer que me hizo dar contra el suelo y llorar lágrimas de sangre, pero que me enseñó que para poder casarme había que sufrir primero, y mucho. Ayy, mi mala estrella...

sábado, 7 de marzo de 2009

El desastre soy yo


Hace unos días terminé de leer una novela con la que no pensé encariñarme tanto como lo hice. Se trata de "La vida exagerada de Martín Romaña" de Bryce Echenique. En ella se narra la historia de un muchacho que viaja a París en busca del sueño artístico de la época. Pero más allá de la búsqueda de aquel sueño, que es el de ser algún día un escritor, se narra la historia de amor entre ese muchacho, Martín, y su amada Inés. Soy un romántico incurable, lo sé. Recordé las veces en las que creí haber hallado a la persona adecuada para lo que yo era. Recuerdo haberme enamorado de cuanta chica linda asomaba a mi grupo de amigos. Cada una de las que me gustaba iba quedando obsoleta apenas aparecía una un poco más alta o de ojos más llamativos. De cuantas ineses me enamoré. Es decir, de chicas que al fin y al cabo no hubieran sufrido el soportar a un tipo tan como yo soy. Soy un Martín Romaña, sí, un gran desastre para muchas cosas, por no decir que casi casito para todas. Un gran desastre que la mayoría de mujeres no están dispuestas a sufrir. Ha pasado el tiempo y ya no soy más aquel chiquilín enamoradizo. Se han perdido las variantes y al final del túnel parace vislumbrarse, por fín, sin Ineses rondando por allí, el amor.